martes, 31 de enero de 2017

Un arma muy poderosa


Solemos pensar que las armas más poderosas son aquellas capaces de destruir de una sola vez la mayor cantidad de cosas o seres. Sin embargo, un arma no es sólo aquello que es capaz de destruir o aniquilar; también existen “armas” que sin parecer peligrosas o dañinas, pueden acabar con todo un Imperio.
Un ejemplo de lo anteriormente expuesto lo encontramos en el agua. Es el elemento líquido por excelencia que todo ser necesita para poder vivir pero, paradójicamente, dependiendo del uso que se haga del agua, también puede servir para fragmentar la más dura de las rocas o incluso causar grandes destrucciones. Y ello es posible gracias a la constancia, a la fuerza constante del agua que golpea contra la roca, y que acaba por erosionarla y fragmentarla, o desgastarla hasta hacerla desaparecer. Y es que la insistencia o constancia, es una de las “armas” más poderosas que podamos imaginar.
Sí, ya sé que parece algo absurdo creer que, un concepto abstracto, como es la insistencia o constancia, pueda ser un arma poderosa, pero lo cierto es que lo es. Y me explico poniendo un ejemplo:
Supongamos que estamos felizmente acostados en nuestra cama, descansando de un día agotador y disfrutando de un merecido descanso, cuando de repente suena el timbre de la puerta de la calle. No esperamos a nadie, ni siquiera es una hora normal de reparto, ni hay ningún motivo por el que alguien necesite hablar con nosotros en nuestra casa. Así que pensamos “ya se irán cuando vean que no les abro”. Pero el timbre sigue sonando... y volvemos a pensar... “Ya se cansarán... ahora con lo bien que estoy en mi cama, no me voy a levantar...” Pero el timbre suena una y otra vez, y empezamos a impacientarnos, incluso ya estamos de mal humor, pues nos está desvelando del todo. Y el timbre suena que suena...   ¡Ya está! decimos... no lo soporto más, se va a enterar el que sea que me está incordiando.
Al final abrimos la puerta, y resulta que no era para nosotros, lo que aún nos hace enfadar más... pero el mensajero nos dice:
—Discúlpeme señor que le haya molestado, pero vengo de la farmacia, resulta que su vecino se ha llevado por error un medicamento que, si lo toma, podría morir en pocos minutos. He venido tan rápido como me ha sido posible, en cuanto me he dado cuenta del error, pero estoy angustiado por si ya se lo ha tomado, ya que no abre la puerta y llevo rato llamando sin cesar... ¿usted tiene su número de teléfono o sabe si está en casa?
—¿Mi vecino...? a qué vecino se refiere... porque en ese caserón de enfrente hace años que ya no vive nadie...
—¡Vaya! Pues en la receta que nos dio pone esta dirección: Calle del consuelo, 32...
—Pues ahí no vive nadie, lo sabré yo que llevo aquí toda la vida... ese número es el 32 y el mío el 23, enfrente de esa casa... espere... creo que ahora caigo... ¿cómo se llama ese señor...?
—Se llama Ramón Pérez...
En ese momento, la cara se tornó en un tono pálido, que delataba que algo no iba bien.
—Creo que me he confundido al dar el número de mi calle, yo vivo en el 23 no el 32 y me llamo Ramón Pérez. Gracias por insistir, me ha salvado la vida.
Bien, esta historia, que nos puede parecer un tanto fantasiosa, en realidad nos muestra cómo en determinadas situaciones no basta con creer que hemos actuado hasta donde nos indican las normas o costumbres. Cuando se trata de conseguir un derecho, o un bien que es de vital importancia, no debemos rendirnos, y aunque recibamos una respuesta negativa tras otra, hay que seguir insistiendo, hasta que seamos atendidos en nuestras peticiones; más aun cuando se trate de derechos inalienables. Tendremos que insistir y ser constantes, aunque lleguemos a resultar pesados, si con ello se consigue reparar un grave error, o que se reconozcan nuestros derechos.

© 2017 José Luis Giménez

2 comentarios:

  1. si existe una cualidad del hombre por encima de todo creo que seria la de superar las adversidades por complicadas que parezcan...

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  2. Pues sí, pero depende más de la idiosincrasia de cada individuo.

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