Un rico comerciante acudió al mercado central
a comprar cientos de kilos de amor. Pensó que sería un buen negocio vender el
amor a peso, pues la gente estaba muy necesitada de amor y al poderlo adquirir
en su comercio, lo haría ser aún mucho más rico.
Se acercó al vendedor mayorista y le preguntó
a cuánto estaba el kilo de amor, pues quería comprarle todas sus existencias.
El mayorista le indicó que el amor no se
vendía a peso, pues era imposible pesarlo o medirlo, aunque sí le podría vender
varios tarros llenos de amor que aún le quedaba en existencia, advirtiéndole de
que antes de abrir cada frasco, debería leer cuidadosamente las instrucciones
que lo acompañaba.
El comerciante aceptó la oferta y adquirió la
totalidad de los frascos de amor que tenía el mayorista, regresando muy
contento a su comercio, pues pensó que iba a hacer el negocio del siglo con la
venta de aquellos frascos de amor.
Nada más anunciar la venta de los frascos de
amor en su establecimiento, la gente acudió en masa a adquirir uno, pues casi
todos estaban necesitados de amor. Pero el precio de venta era tan elevado, que
tan sólo unos pocos ricos pudieron comprar los frascos.
El banquero adquirió varios frascos, pues
necesitaba ser amado sinceramente por sus hijos, a quienes les había inculcado
desde muy temprana edad la prioridad en la acumulación de dinero por encima de
todo, lo que a la larga provocó que no sintieran por su padre más que el
interés que despertaba en ellos su herencia.
El alcalde, el notario, el juez, el alguacil,
y todos aquellos que tenían capacidad para adquirir un frasco así lo hicieron,
regresando contentos a sus casas, con la intención de sacar el máximo provecho
económico al fabuloso frasco de amor.
La
venta de los frascos de amor fue todo un éxito, tan sólo se quedó un único
frasco sin vender.
Al día siguiente, todos los compradores de
los frascos de amor se agolpaban a las puertas del comercio, reclamándole al
comerciante el valor que habían pagado por un frasco de amor que no hizo los
efectos para los que había sido adquirido.
Ante las amenazas por parte del alcalde, el
juez, y demás autoridades allí presentes, de acusarlo y querellarse contra él
por estafa, el comerciante accedió a devolver a cada uno de ellos lo pagado,
añadiendo la indemnización exigida por éstos en concepto de daños y perjuicios.
¡Aquello supuso la ruina total del
comerciante! Por lo que totalmente desmoralizado, decaído y cabizbajo, abandonó
el lugar, no sin antes repartir lo poco que aún quedaba en el establecimiento
entre las gentes más pobres del lugar, ya que era Navidad y pensó que por lo
menos ayudaría a alguien.
Mientras las gentes humildes tomaban y se
repartían lo que necesitaban del establecimiento, el comerciante se dirigió al
puente que cruzaba el río, ya en las afueras del pueblo. Ya nada le retenía en
este mundo, no sentía amor por nada, por lo que decidió quitarse la vida
lanzándose al río desde aquel puente.
Ya estaba subido al muro del puente,
dispuesto a lanzarse al río cuando, una voz infantil, llama su atención:
–– Señor… señor… espere por favor…
El comerciante, algo extrañado por la llamada
del niño, se giró sobre sí y prestó atención a lo que aquél niño le tenía que
decir.
–– ¿Qué quieres de mí, muchacho… -le requirió
el comerciante.
–– Sólo quería darle las gracias por haber
salvado a mi familia…
–– ¿Salvar a tu familia… qué dices chico…? ¡Yo
nunca he salvado a nadie en mi vida!
–– Pues hoy sí lo ha hecho, señor… nos ha
salvado de morir de hambre. Hacía varios días que no podíamos comer nada, a mi
padre lo despidieron de la Hacienda del Señor Conde hace ya tres meses, y no ha
podido encontrar otro trabajo. El banquero embargó nuestra pequeña casa, pues
no pudimos pagar la cuota de la hipoteca, el alcalde nos puso una multa por no
pagar los impuestos y se llevaron las dos gallinas que nos daban huevos, mi
madre cayó enferma, pues trabajaba todos los días desde que salía el Sol hasta
que se ponía, limpiando en las casas del señor notario, del juez, del alguacil…
por lo que hacía días que tampoco pudo conseguir darnos de comer… y ahora,
cuando todo parecía no tener solución, usted nos ha salvado…
–– No te entiendo muchacho, ¿cómo os he
podido salvar si yo no he hecho más que dejar lo poco que quedaba en las
estanterías del comercio para que lo tomasen los más necesitados?
–– Pues por eso mismo señor… la verdad es que
no quedaba mucho por repartir, pero yo encontré un frasco… al principio no le di
importancia, pues parecía vacío, pero en su etiqueta ponía: “Amor” y seguí
leyendo las instrucciones que venían escritas en la parte trasera del frasco:
“Abrase sólo en caso de extrema necesidad,
cuando lo más importante sea el bienestar de la persona a la que se le vaya a
aplicar. Nunca abrir por ansia de poder, ni por egoísmo; pues sus efectos
desaparecerán”.
“Contiene tantas dosis como el usuario sea
capaz de compartir con amor”.
–– ¡Pero si todos los que me compraron el
dichoso frasco han vuelto reclamando su dinero y hasta les he tenido que
indemnizar para no ir a la cárcel por estafa! ¿Cómo dices que contigo ha
funcionado bien?
––Porque no han leído las instrucciones
señor; no han hecho servir el frasco de amor para lo que estaba previsto… mire,
venga y acérquese, por favor, huela su aroma…
Así lo hizo el comerciante e,
instantáneamente, su faz cambio de semblante. Abrazó al pequeño fuertemente,
mientras repetía una y otra vez: ¡gracias Dios mío, gracias…!
Cuentan que, años después, el joven muchacho
y el comerciante consiguieron hacer una gran fortuna, vendiendo todo lo que los
habitantes necesitaban a un precio justo, y otorgando siempre crédito sin
intereses, para que todos pudiesen cubrir sus necesidades.
© José Luis Giménez
Me ha encantado, gracias amigo
ResponderEliminarMuchas gracias estimada Lara
EliminarExcelente cuento navideño,José Luís. Feliz año.
ResponderEliminarMuchas gracias estimado Josep.
Eliminar¡Feliz Año!
Precioso cuento! Me ha encantado.
ResponderEliminarMuchas gracias estimada Myriam :*
EliminarMe ha gustado tanto, que voy a llenar un frasco para conservar la emoción que me ha despertado.
ResponderEliminarFelices fiestas!
Muchas gracias estimada Carme.
Eliminar¡Felices fiestas!