Había una vez un rey que se vio en la disyuntiva de elegir al comandante en jefe de su ejército; pues un país vecino le acababa de declarar la guerra y, al no tener prevista dicha situación, ya que era un rey pacífico que rehusaba la violencia, no se había preocupado de nombrar al Ministro de la Guerra.
A tal efecto, mandó llamar a todos sus asesores, pidiéndoles
consejo sobre quién debería ser elegido para trascendental cargo.
Al momento, los asesores más jóvenes, corrieron a mencionar a los
más prestigiosos militares que acababan de salir de la academia militar, con
las máximas graduaciones y recomendaciones de sus respectivos generales, pues
dichos asesores coincidían en que el nuevo comandante debería ser alguien
joven, preparado y con conocimientos de las nuevas armas y tácticas de guerra.
El rey escuchaba a todos y cada uno de sus asesores… hasta que
fijó su atención en el más anciano de ellos. Viendo que éste no había dicho
nada al respecto, le preguntó:
—¿Y tú qué opinas sobre lo de elegir al comandante del ejército…
debe ser joven, preparado y con conocimientos de las nuevas tácticas de guerra,
como opinan tus colegas…?
—Majestad… yo coincido con mis colegas en que la juventud,
preparación y conocimiento de las nuevas tácticas de guerra son imprescindibles…
pero…
—¿Pero qué…? —preguntó el rey.
—Pues que ninguno de los militares sugeridos han luchado aún en
batalla alguna, ninguno ha ganado una batalla, ninguno la ha perdido…
—Sí, eso es cierto… —comentó el rey— pero ya sabes que, cómo hace
decenas de años que dejamos de tener guerras con otros países, los únicos
militares que quedan en activo ya son mayores… creo que están a punto de
retirarse… ¿no es cierto chambelán? —le preguntó al mayordomo de palacio.
—¡Cierto Su Majestad! —respondió raudo el mayordomo— Actualmente
sólo está en activo el General que actualmente dirige la Academia Militar…
—¿Pero ese general no fue el que nos llevó a la derrota en la
última guerra que tuvimos…?
—Sí, Mí Señor, había sido el militar más brillante de toda la
Historia de nuestra nación, hasta que perdió la última batalla… ¡fue una gran
tragedia!
—Sí me lo permitís, Su majestad… —intervino el anciano asesor—
¡ese es vuestro hombre!
—¿Quieres decir que el hombre que fue derrotado por nuestro mayor
enemigo, es el que ahora nos va a salvar de su invasión? —increpó el rey.
—Señor, yo no sé si esta vez nos va a salvar del invasor y ganará
la batalla final —respondió el anciano—, pero no tengo la menor duda de que, si
alguien conoce mejor que nadie las virtudes y los fallos del enemigo, ese es el
general que fue derrotado por dicho enemigo. Estoy convencido de que, durante
todo este tiempo, el General ha estado reflexionando el motivo de su derrota,
el exceso de confianza y superioridad que le hizo desatender aspectos en
apariencia poco importantes que fueron los que realmente causaron su derrota.
Él ha aprendido la lección. Si a todo eso, le acompaña un buen equipo de
jóvenes militares muy preparados y conocedores de las nuevas tácticas de
guerra, creo sin temor a equivocarme, Mi Señor, que estaremos bien defendidos.
—¡Pues que así sea! —respondió el rey.
El anciano General fue nombrado el Comandante en jefe del
ejército, ayudado por los jóvenes militares mejor preparados del país; y la
guerra del invasor, apenas duró el tiempo en llevar a cabo la primera batalla,
que también fue la última, pues el general había aprendido de sus errores y
además, supo beneficiarse de la agilidad, juventud y preparación de sus
ayudantes.
El rey se sintió muy satisfecho por la forma en como se había desarrollado
todo, otorgando el título de “Gran Dignidad y Sabiduría” a su anciano asesor y
al General comandante de sus ejércitos.
© José Luis Giménez
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