viernes, 23 de diciembre de 2016

La magia de los Reyes Magos (Cuento de Navidad)




Manuel llevaba más de tres años sin trabajo, a sus 50 años, ya nadie lo contrataba para desempeñar su profesión de carpintero, pues ahora las empresas podían escoger a jóvenes que, aunque sin experiencia laboral, poseían una excelente formación y lo que era más indigno: les pagaban la mitad de lo que hasta entonces cobraba un buen profesional. 

Pero los jóvenes también lo tienen muy difícil, debido a las nuevas leyes que decretó el gobierno, y Manuel lo sabe. Por eso, no culpa a los jóvenes ni a los patrones que buscan hacer negocio y obtener beneficios, pues para eso han creado su empresa; ni tampoco busca toda la culpa en los políticos, pues éstos han sido elegidos democráticamente. Él piensa que la culpa no es de nadie en concreto y es de todos un poco: unos por negligentes y corruptos y otros por ignorantes y pusilánimes.

Por eso no tuvo remilgos en trabajar disfrazado de Rey Mago en unos grandes almacenes, cuando le ofrecieron esta oportunidad. Además, Manuel, iba a hacer feliz a niños y, quizás, hasta a personas mayores, que aún creían en la magia de los Reyes Magos.

La mañana era muy fría y había empezado a nevar. El ambiente festivo y navideño se respiraba por toda la ciudad, lo que ayudaba a olvidar por unas horas la triste y difícil situación por la que estaba atravesando Manuel, pues hacía tan sólo tres días que había recibido una carta del banco, avisándole que si no pagaba los plazos impagados de la hipoteca de su casa, procederían al embargo de bienes hasta cubrir la cantidad adeudada, así como de la propia vivienda si fuera el caso.

Manuel se sentó en el trono del rey Melchor, y empezó su jornada laboral, aunque para él, aquello no era un trabajo, sino una oportunidad de ayudar a los que aún creían en la magia de la Navidad.

Durante toda la mañana fueron desfilando cientos de niños que se sentaron en sus rodillas y le entregaban la carta en la que pedían sus deseos a los Reyes Magos, y Manuel –el rey Melchor- les decía con total convicción de que esa noche recibirían dichos regalos en su casa.

Ya había llegado la hora del descanso del almuerzo, por lo que Manuel se disponía a dejar por unos minutos el trono del Rey Melchor cuando, un último niño que se había mantenido alejado del resto, hace el ademán de acercarse él.

—¿Tú también quieres entregarme la carta para que te llevemos los juguetes? –le dijo el Rey Melchor.
—Yo no quiero juguetes Rey Melchor…
—¿Cómo que no quieres juguetes…? ¿Ven… cómo te llamas…?
—Me llamo Luis, pero todos me llaman Luisito…
—Bien, Luis, cuéntame por qué no quieres que te llevemos juguetes…

Luis se acercó al Rey Melchor, y empezó a contarle al oído los motivos por lo que no deseaba que los Reyes Magos le llevasen juguetes ese año.

Manuel –el Rey Melchor- había escuchado durante todo el día a cientos de niños pedir regalos, pero ahora acababa de escuchar el ruego de un niño que no pedía juguetes para él. Luis le decía a Melchor que estaba muy preocupado por sus padres, pues éstos habían recibido una notificación del juzgado donde les decían que tenían que abandonar su casa, ya que habían sido desahuciados por el banco al no haber pagado la hipoteca y pedía que los Reyes ayudasen a su padres para que no tuvieran que abandonar la vivienda.

Al rey Melchor se le humedecieron los ojos de lágrimas, él sabía muy bien lo que significaba aquella situación que le acababa de contar el niño, y no tuvo el valor de decirle a Luis que, aquello que les ocurría a sus padres, también les estaba ocurriendo a muchas familias de España.

Manuel no pudo evitar exclamar desde su interior un terrible quejido: ¡Maldita crisis financiera!

Pero no quiso desanimar al niño, por lo que le dijo que iba a comentar su caso con los otros Reyes Magos, a ver si encontraban alguna solución.

Luis se marchó convencido de que el Rey Melchor iba a cumplir su palabra, y su cara dibujó una alegre sonrisa, como hacía tiempo que no había tenido.

A Manuel, en cambio, los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Cómo iba a poder ayudar a ese niño y a su familia, si él se encontraba en una situación similar?

A partir de ese momento ya no fue lo mismo para aquel rey Melchor, que sabía que no podría cumplir con el deseo del niño que iba a ser desahuciado.

Ya faltaba poco para acabar la jornada cuando, se acercó al trono del rey Melchor un señor de aspecto elegante y que, sacando un sobre del bolsillo de su abrigo, se acercó al oído de Manuel y le dijo:
—Su Majestad, ya sé que no podréis cumplir todos los deseos de los niños, pero aquí os dejo una pequeña ayuda, para que decidáis como mejor usarla, pues no tengo duda de que vos sabréis como actuar ¡Feliz noche de Reyes!

El misterioso personaje se marchó tal como había llegado y, Manuel, en su papel de Rey Melchor, no salía de su asombro. Aquél misterioso hombre le había dejado un sobre con el que, según él, podría cumplir algunos deseos de los niños. Sin más dilación, Manuel abrió el sobre con disimulo y… ¡Oh…, estaba lleno de billetes de 500 euros!

Manuel no sabía qué hacer, se levantó del trono e intentó localizar al misterioso hombre que ya había abandonado el lugar. Pero fue inútil, ya no estaba por allí. Por unos momentos pensó en que quizás esa ayuda era la que él necesitaba, con ese dinero podría pagar todo lo que le debía al banco y, así, evitar ser embargado y hasta perder la casa… inconscientemente sonrió, pues ya veía su principal problema resuelto pero, enseguida, su sonrisa desapareció de su rostro. Manuel recordó lo que aquél niño le había pedido para poder ayudar a sus padres, y como el Rey Melchor le había prometido hablar con sus colegas para encontrar una solución. No podía faltar a su palabra. Ni siquiera se trataba de la palabra dada por Manuel, sino que era la palabra del Rey Melchor.

Manuel no podía traicionarse a sí mismo, él sabía que la magia sí existía, siempre había creído en ella, y ahora más que nunca necesitaba seguir creyendo.

No lo pensó dos veces, saltó del trono del Rey Melchor y se fue a cambiarse de ropa. Ahora tenía que cumplir con una misión que sólo podía realizar un rey mago.

Manuel tomó la carta de Luis y miró la dirección… —¡Está camino de mi casa!– dijo para sí, y se dirigió raudo al lugar.

Cuando llegó a la dirección indicada en el sobre, tomó una hoja en blanco y escribió:

"Querido Luis:

Sabemos que te has portado muy bien y que siempre has sido un niño muy considerado con tus padres; por ese motivo, nos hemos reunido todos los Reyes Magos, tal como te prometió Melchor, para hacer una colecta entre las gentes de buen corazón, y este es el resultado: la cantidad necesaria para pagar las deudas de tus padres.

Que la magia esté siempre contigo.

Tus siempre amigos:

Melchor, Gaspar y Baltasar"

Manuel dejó la carta junto con el sobre del dinero en el buzón de Luis, y se marchó con una gran sonrisa en sus labios. Nunca se imaginó que una acción así pudiera hacerle sentir tan feliz.

Cuando llegó a su casa, su esposa lo estaba esperando con una gran sonrisa en su rostro…

—¡Manuel…, mira Manuel, te han aceptado en la empresa que fuiste a hacer la entrevista para ese trabajo que tanto te gustaba!

Manuel no pudo contener las lágrimas, era tanta la tensión contenida que dejó correr sus lágrimas, ahora de alegría, por saber que, la magia, sí existe.




José Luis Giménez

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