Hacía años que se
quedó solo, sin amigos ni parientes. Su carácter arisco y huraño, hizo que
nunca destacase precisamente por tener demasiados amigos. Al principio, poco le
importaba, pues pensaba que así no se vería obligado a acudir a reuniones de
amistades o de familiares donde, la hipocresía y el afán por destacar, solía
ser la tónica dominante. Ya no tenía que aguantar los malos chistes de sus
colegas, ni las increpaciones de sus parientes. Estaba mejor así, tal como
ahora se encontraba, solo…
Eso era lo que él
pensaba, pues no quería reconocer que a los demás, aunque a veces le resultase
insoportable, en el fondo, los necesitaba. Pero ahora estaba solo, ya no podía
retroceder en el tiempo o cambiar los hechos y, admitir que estaba equivocado,
tampoco le iba a devolver al pasado.
Salió a caminar
sin rumbo, pensó que la Noche Buena era tan válida como cualquier otra noche
para salir a pasear, a fin de cuentas, nadie le esperaba en ninguna casa para
celebrar la Navidad.
Se levantó un
gélido viento que le obligó a subirse el cuello del gabán, mientras seguía
caminando por el paseo junto al río, observando la diversidad de colorido que
con las luces navideñas se adornaban la calle.
Cuando pasaba
sobre el puente viejo de piedra, le pareció oír un lastimero gemido de animal,
por lo que se acercó a la baranda y, al observar con atención, pudo ver como un
pequeño perro intentaba salir de la corriente del río, arañando con sus
pequeñas patas la pared del pilar del viaducto, en un último intento de salir
del agua y salvar su vida.
Sin pensarlo dos
veces, se despojó del gabán, la chaqueta y los zapatos, y se lanzó a las
gélidas y oscuras aguas del río, consiguiendo asir al pequeño can y salvarlo de
una muerte segura. Sus ropas estaban totalmente mojadas, pero eso era lo que
ahora menos le importaba ¡por fin se sentía orgulloso de lo que había hecho!
Empapado hasta
los huesos, sacó al can del río, abrazándolo y secándolo con el gabán, mientras
que éste, le agradecía el haberle salvado la vida, dándole continuos lametazos
en la cara, a la vez que se sacudía el agua de su blanco y mojado pelaje.
Apenas había
recorrido cien metros cuando, el llanto de una niña, llamó de nuevo su
atención. Se acercó hasta ella para ver que era aquello que le hacía llorar con
tanta desesperación, cuando el pequeño perrito saltó a los brazos de la pequeña
quien, entre sonrisas y lágrimas, llamaba a su pequeño “Copito” a sus brazos.
La niña le explicó como su pequeño Copito se le había escapado río arriba y se
había caído al agua, temiendo que se hubiese ahogado, por eso ahora estaba tan
contenta que no dudó ni un instante en abrazar a aquél hombretón y darle un
cariñoso beso en la mejilla, en muestra de su agradecimiento por haberle
devuelto a su perro sano y salvo.
No había salido
de su asombro cuando, una joven mujer visiblemente exaltada, se acercó hasta
ellos exclamando: ¡Gracias a Dios que los he encontrado! Era la madre de la
niña, que temía que ésta también se hubiese caído al río intentando salvar a su
perrito.
Cuando la madre
se hubo enterado de todo lo ocurrido, le suplicó a aquél hombre que les
acompañase a su casa a pasar la Noche Buena juntos, pues su hija y el perrito
era la única familia que le quedaba desde que su esposo falleciese en un
terrible accidente, hacía justamente un año y, sin su divina intervención,
igual hubiese sido la peor noche de su vida.
Ahora estaba muy
contenta y agradecida a ese hombre, con quien deseaba compartir lo poco que
tenían aquella Noche Buena para cenar.
Para él la vida
había dado un brusco giro, parecía que la magia de la Navidad le brindaba otra oportunidad y, esta
vez, no iba a desaprovecharla.
José Luis Giménez
Verdaderamente hermoso! Me ha emocionado y encantado. Felicidades!
ResponderEliminarMuchas gracias estimada Myriam :*
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